EL PAÍS promete calidad en todos sus espacios, pero ese principio ha volado por los aires en la zona de Comentarios de los lectores en la web. Ese foro, denominado ¿Y tú qué piensas?, acoge hace tiempo y con formas agrias las teorías de la ultraderecha: desde minimizar los asesinatos machistas a fomentar la xenofobia pasando por insultar a dirigentes progresistas. El problema se ha agravado con el drama de la pandemia, utilizado por unos exaltados para convertir ese espacio en una ciénaga. Muchos lectores protestan y el periódico analiza opciones para frenar la deriva.
Los lemas de la ultraderecha proliferan en el foro: “Abajo la dictadura y los tiranos social-comunistas”; “Cuanto antes nos deshagamos de él (Pedro Sánchez) y de sus aliados comunistas, mejor”; “Stalin, al lado de estos, era un demócrata”; “Han muerto por coronavirus más personas que las que mueren por violencia de pareja en dos siglos”; “Antes muerta que sencilla: ese es el lema del Gobierno”.
Téngase en cuenta que esos mensajes han superado la criba del equipo de moderación, que se enfrenta a una riada de unos 10.000 comentarios diarios y elimina alrededor del 5% por impublicables. Un miembro de ese equipo señala: “Es increíble la cantidad de usuarios de extrema derecha que hay cada día”. Alguno no oculta su ideología: “No soy votante de Vox, pero están consiguiendo entre unos y otros que me haga simpatizante”.
Miembros de ese equipo de moderación calculan que el 8% de los 1.500 o 2.000 comentaristas diarios —suelen escribir varios mensajes por jornada— “intervienen de forma masiva publicando mensajes partidistas”. Es decir, que actúan como agentes ideológicos o son usuarios ficticios que replican consignas de forma automática (troles o bots). Alguno alardea de tener decenas de identidades y, lamentablemente, es cierto.
Es fácil confundirlos, porque los comentaristas incumplen la norma primera del catálogo de conducta del periódico: “Para comentar en EL PAÍS, el autor deberá identificarse con nombre y apellido”. Muy pocos lo hacen, y así vemos usuarios que se hacen llamar Pedrada Zánchez, Tomate Frito, Seneca Providus, Covid OchoM, No me Creo Nada… Otra prueba del bajo nivel del debate.
También infringen la declaración inicial de ese catálogo, según la cual EL PAÍS favorece los comentarios de los lectores “siempre bajo una exigencia de calidad que excluye insultos, descalificaciones…” Pues bien, al presidente del Gobierno se le llama “Pedro el enterrador” o “Pedro el sepulturero”, y los participantes se intercambian estas lindezas: “Eres un clasista y un rastrero”; “Le faltan dos telediarios para el frenopático”; “Merluzo, aparte de sectario”…
El periódico da cancha a voces discrepantes, pero no regala espacios a los extremistas
Es obvio que quienes así actúan ni son lectores del periódico ni lo respetan. Basta ver los insultos que dirigen a menudo al diario o comentarios de este tipo: “Yo nunca leo EL PAÍS; solo los diez comentarios más valorados”. Pues bien, precisamente entre los “mejor valorados” —votados por los participantes— se concentran con frecuencia los mensajes más zafios.
Eso ocurrió el 30 de marzo tras publicarse que el doctor Fernando Simón estaba infectado por el coronavirus. La ristra de descalificaciones contra él hizo que, una vez más, algunos lectores exigieran límites a tanto desmán. Sergio-Ernesto Santillán me escribió: “Cuando se producen noticias como esa, es conveniente cerrar el espacio a comentarios para no dar pie a las asquerosas expresiones cargadas de malas intenciones. Este criterio podría extenderse a personas odiadas por la ultraderecha”.
Elvira Berra me transmitió: “Veo una especie de invasión, sobre todo en los foros, de comentarios vergonzosos, repletos de odio y mentiras”. O Tomás Esteban: “No es de recibo que Comentarios de los Lectores, mi sección, nuestra sección (…), sea un muladar y un refugio de troles”. Y otros: “El asalto de la ultraderecha a su medio es patente”; “¿Qué habéis hecho los de EL PAÍS para convertir este foro en un nido de gente cargada de odio?”; “Solo entran a rebuznar”.
El diario afronta problemas muy graves que atender, como la debacle financiera originada por la pandemia, pero no puede dejar pasar mucho tiempo sin poner coto en una zona que se le ha ido de las manos por aplicar una política de permisividad. La próxima puesta en marcha del sistema de suscripciones es una oportunidad de recuperar ese foro para los verdaderos lectores del periódico —ahora expulsados del lugar— y no para agitadores que rechazan los principios y valores de la comunidad de EL PAÍS. El periódico da cancha a voces discrepantes, pero no regala espacios a los extremistas.